Los viejos de antes

La expresión "los viejos de antes", se ha escuchado en muchas oportunidades cuando pobladores de Catamarca y La Rioja querían referirse a los nativos que precedieron la llegada de los españoles y formaban parte de la nación Diaguita.

Era una manera de identificar a los "viejos" habitantes de la región sobre los cuales se les hacía difícil llamarlos "indios", especialmente cuando los rasgos físicos indicaban una misma procedencia étnica o escasamente expresaban la mixtura con el europeo.

En tertulias de fogón se exponían narraciones acerca de las habilidades que habían tenido los "viejos de antes", entre las que se destacaba el uso de los metales que proveían las montañas y, particularmente el cobre, el oro y la plata.

Entre ellos se encontraban los que alardeaban de ser "huaqueros", puesto que conocían lugares donde estaban antiguos asentamientos y donde, en más de una oportunidad, llegaban para obtener puntas de flecha, hachas de piedras y algún que otro "pectoral" metálico.

Siempre se especulaba con la posibilidad de encontrar un "tapado", que contendría valiosas joyas hechas con metales y piedras preciosas. Había leyendas que narraban la épica huida de un grupo indígena que, escapando del conquistador español, había dejado un valioso "oculto" a espera de la oportunidad del regreso que nunca fue. Todo lo dicho termina, en la mayoría de los casos, siendo fantasías que expresan fallidas ilusiones de los habitantes del sector. Vale la pena hacer una corta referencia a los viejos pobladores de los valles cordilleranos, porque es bien conocida su habilidad artesanal. Si bien ella no tuvo la magnitud que logró en otros parajes de Sudamérica, fue lo suficientemente significativa para dejar registros imborrables de su paso en esta historia.

Los estudiosos de ambos lados de la Cordillera han señalado el carácter fundamentalmente alfarero y agricultor del pueblo Diaguita, aunque en la etapa más avanzada también llegó a dominar aspectos del procesamiento de minerales metálicos. Tenían su propio idioma: el cacán; y si bien no estaban organizados en un gobierno regional, cada pueblo respondía a un jefe que lo representaba ante sus pares de poblaciones homólogas.

Los estudios arqueológicos señalan que entre los siglos VIII y XIV las poblaciones nativas se asentaron en la región dejando sus registros en diferentes localidades. Allí fueron creciendo, cultural y tecnológicamente hasta lograr un espacio en la historia.

Hacia fines del 1400 llegó la invasión del incario y trajo aparejado una nueva organización social que obligaba asumir como propia la lejana conducción que se ejercía desde Cuzco. En su mayoría, los pueblos se integraron, no sin resistencia, al Tahuantinsuyo pasando a formar la provincia más austral del imperio Inca: el Coyasuyo.

Estos pueblos originarios, en su etapa más desarrollada, lograron el dominio de técnicas de fundición de metales especialmente el cobre. Obviamente carecían de herramientas adecuadas para horadar las rocas y llevar adelante la explotación de los veneros que descubrían.

De allí que, según se estima, los trabajos de extracción de minerales eran muy superficiales, aunque lo suficiente como para obtener las sustancias metálicas con las que elaboraban armas, pectorales y joyas. Posiblemente estos artesanos fueron influenciados por las culturas de origen peruano donde el manejo de los metales, incluido el oro y la plata, era más común.

Estudios llevados a cabo en la zona de Santa María, Catamarca, han puesto de manifiesto la presencia de varios sectores donde se llevaron adelante tareas de metalurgia. L. González (2002) describió una antigua población indígena en un punto conocido como Rincón Chico, donde logró identificar varios sectores en los que se fundían minerales de cobre. También hace mención a que en las escorias, fruto del proceso metalúrgico, se reconocieron restos de oro y plata, haciendo suponer que el mineral provenía de la zona de Capillitas-Atajo.

Si bien el desarrollo de la metalurgia constituye un paso cultural avanzado sobre la etapa alfarera, hay que notar que los instrumentos utilizados en la extracción del mineral eran de baja calidad para horadar las rocas. Así fue que el bronce constituyó el material metálico más adecuado para el trabajo minero, aunque el mismo era aún demasiado blando para las actividades de este tipo.

Es posible que la explotación de veneros de mineral no tuviera mayores avances hasta la llegada de los españoles. Ellos fueron los que introdujeron las herramientas de hierro y la pólvora que facilitó acceder a una actividad minera que, a pesar de ser manual, no dejaba de ser bastante primitiva.

Un avance tecnológico

Es posible que la llegada de los jesuitas en el siglo XVI aumentara la oferta de nuevas tecnologías, tanto para atender la explotación como para desarrollar mejores procesos metalúrgicos. Hay que recordar que las crónicas hablan que las explotaciones mineras constituían la base del trabajo de estos religiosos en toda la región: Famatina, Capillitas, Culampajá, etc.

Por comentarios que llegaron al entonces "Oidor de Charcas" don Juan de Matienzo, alrededor de 1566, la presencia de metales preciosos era conocida en la zona "..que va de Balasto a Famatina..". Esta expresión nos lleva a identificar a la región que incluye las serranías de Capillitas-Farallón. Para esa época no hay mayores referencias acerca de los eventuales trabajos mineros desarrollados en la zona.

Hay autores que relacionan los alzamientos indígenas ocurridos en el siglo XVII, con el reclamo de mano de obra para atender el descubrimiento de yacimientos metálicos en todo el ámbito Diaguita.

La encomienda y la mita eran, para entonces, instituciones del conquistador quien, a sangre y fuego, comenzaba imponerse en toda la región. Obviamente ello obligaba a los indígenas a prestar su trabajo para realizar nuevas y diversas tareas, entre las que se contaba la minería.Peirano hace mención que, en el área de Farallón, cuando hizo sus exploraciones aún era posible encontrar labores antiguas en estado de abandono especialmente en la zona de La Josefa cuyo origen podría encontrarse tanto de la época del Inca como de los Jesuitas.

De hecho no fueron trabajos de gran significación que permitieran rastrear una época minera de importancia. Sobre este tema señala: "todo se reduce a unos cuantos pozos muy inclinados y de pocos metros de profundidad, y cavados por lo general en el filón mismo, al parecer en procura de alguna bonanza de colocación somera, conveniente, por lo tanto, para explotaciones de poco capital, por lavado y amalgamación, único método posible para esa gente, pero tales empresas tenían forzosamente que fracasar en Agua de Dionisio, pues el oro se presenta allí en partículas, en lo que se ve, extremadamente pequeñas".

Lo precedente sirva para reconocer que la actividad minera era practicada desde antes de la llegada de los españoles a la región. Si bien su conocimiento fue muy general, con los datos históricos solo es posible señalar que ella tuvo desarrollo en la amplia región que incluye los distritos de Capillitas-El Atajo. Comparando con la actividad minera desarrollada por los Incas en el Perú y Bolivia, podría decirse que la de esta región era marginal y de escasa magnitud.